- El INBA rindió homenaje al autor de La muerte tiene permiso a cien años de su natalicio
“Una de las figuras más entrañables de la literatura mexicana, de las pocas que son recordadas con enorme afecto y que dejaron profunda huellas en la formación de nuevos narradores”. Así calificó el escritor y periodista Luis Bernardo Pérez al escritor y promotor cultural Edmundo Valadés al ser recordado la noche del miércoles 11 de marzo en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con motivo del centenario de su natalicio.
Luis Bernardo Pérez, quien alguna vez ganó el Concurso de Cuento Brevísimo, aseguró que la influencia del escritor sonorense (1915-1994) se dejó sentir principalmente en la segunda mitad del siglo XX, pero la vigencia de su trabajo perdura hasta nuestros días.
“Prueba de ello es este homenaje que le rinde el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y que es parte de los festejos por el centenario de su nacimiento. El año pasado se celebró el 75 aniversario de la revista El Cuento, que Valadés fundó y animó durante mucho tiempo, y los 50 años de la segunda época de dicha publicación”, recordó Luis Bernardo Pérez antes de presentar a Beatriz Espejo, Juan Ascencio y Guillermo Samperio, invitados al homenaje.
El moderador de la mesa recordó a Valadés, “autor del cuento por excelencia: La muerte tiene permiso, quien, en palabras de José Emilio Pacheco, dividió su tiempo entre la difusión de su obra y la de otros, compartió su entusiasmo, tendió puentes entre generaciones, revaloró el pasado y estimuló a los que empezaban a escribir”.
Luego cedió la palabra a la poeta Beatriz Espejo, quien hizo una semblanza del también periodista. Recordó entonces que el homenajeado cultivó el periodismo en numerosas publicaciones, fundó y dirigió revistas y manifestó su interés en la minificción, de la que dio talleres durante muchos años.
Desde 1948, Valadés dio a conocer su propia producción, y en el Fondo de Cultura Económica publicó La muerte tiene permiso, volumen integrado por varios cuentos, entre ellos el que le da título y que se convirtió en un texto clásico de la literatura mexicana.
“Tiene otros libros –recordó Beatriz Espejo– pero con menor suerte. Él dejaba pasar años para presentar un nuevo título, mientras realizaba antologías, escribía crítica generosa y prólogos. Por su labor, recibió premios y reconocimientos”.
Valadés, opinó, podría calificarse como un gran narrador, promotor y crítico literario. “Como autor solía poner el dedo en la llaga de los problemas sociales y lograr atmósferas impactantes.
“Autor de voz propia, hablaba de aquello que le afectaba grandemente. Fue reflexivo, melancólico, acusador, nostálgico; de vez en cuando lírico. El retrato de carne y hueso del ser humano aparece en cada uno de sus textos, a menudo escritos de forma muy ortodoxa, siguiendo los requerimientos básicos, y sus finales son generalmente punzantes como un chispazo y abiertos para que los lectores terminen de decir aquello que no se dijo”, consideró la también investigadora y profesora universitaria.
El interés en la obra de Valadés, expuso Espejo, radica en que expone temas con valentía y realismo. “Quizá su máxima expresión sea precisamente La muerte tiene permiso, donde muestra a un grupo de campesinos, una clase social explotada durante décadas por las autoridades, quienes en una audiencia piden autorización para tomar el castigo entre sus manos.
“Se trata, pues, de un cuento como los mejores del mundo, de escasas siete cuartillas y media, que tiene muchas cosas todavía vigentes, aunque hayan pasado más de 60 años desde que se escribió”, añadió Beatriz Espejo.
Luego de comentar el contenido de otros títulos del autor homenajeado, opinó que, aparte deLa muerte tiene permiso, los mejores cuentos de Valadés son aquellos que tocan temas autobiográficos.
“Valadés se abrió camino en el cúmulo de escritores existentes por su labor constante en los periódicos; debió su fama a esa gran pasión que siempre sintió por la miniprosa, y a la que prohijó en su revista El Cuento.
“En su obra, lo importante está en lo apretado de las frases, en la malicia que encierran y en el remate deslumbrante que traspasa el alma como un aguijón y nos deja pensando… pensando…”.
En la sesión, Juan Asencio, antiguo compañero de andanzas de Valadés, y el escritor Guillermo Samperio contaron diversas anécdotas vividas al lado del homenajeado.
Dentro de la obra de Edmundo Valadés, en la que predominaron el cuento y el ensayo, sobresalen además Las raíces irritadas (1957), Las dualidades funestas (1966), Adriana (1957),Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita (1980), Por los caminos de Proust (1974) yLa Revolución y las letras (1960).
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