Por. Jorge Soriano
La noticia llegó
inesperadamente, no daba crédito, en una pequeña carta las palabras fluían y
apenas le hacía caso a las comas, al menos los acentos enfatizaban todo lo que
mis ojos y persona puesta de pie daba lectura a tan gran noticia de que en un
tiempo breve estaría llegando de un viaje muy largo una persona que
curiosamente no conocía o al menos eso es lo que creía.
Me detuve a
pensar cuantos días tendría que esperar y calcule al menos 273, tome un breve
respiro, abrí una cerveza de varias guardadas en el refrigerador, todas frías
en buen estado para dar un sorbo profundo y después dar a notar mi felicidad
con una sonrisa tan marcada que se podía ver a kilómetros. Me tomó de la mano
fuerte, siempre juntos, siempre en su camino con ella, nos vimos a los ojos, lloramos.
En un pequeño
parpadeo estábamos puestos en la fecha marcada por el reloj natural, nos levantamos,
alistamos todo y nos fuimos a recibirlo, el tiempo transcurrió lento, algo
lento, alistaron todo, una cajetilla de cigarros era buen acompañante para eso
de los nervios o al menos entre el imaginario colectivo dicen ayuda, mi padre
recuerdo dijo en una anécdota que cuando nací, en una sentada junto con sus nervios,
pudo acabarse un puro, entonces quiero pensar que al menos de mi cajetilla
seguro fumaría unos 4 o 5.
El camino hacia
a la realidad se abría, se oyó el llanto tan fuerte que ya era común oírlo para
los doctores y enfermeros, pero para mí era una sensación que hasta el día de
hoy no puedo describir, no puedo explicar, más que sentir, más que emocionarme.
Lo vi, lo cargue, concentré todos mis pensamientos y mi fuerza de humano con carácter
de que era un buen momento para que la palabra padres llegara en un momento donde
la partida de unos y la lejanía de otros pudiera ocupar ese lugar tan especial
que hoy a un año recordamos entre risas y suspiros. Bienvenido siempre a
nuestras vidas Emiliano.